jueves, 22 de marzo de 2012

¿Chópeldel?

Los del oriente del país tienen la imagen de mal hablados, de omitir las sssssssssssss, de hablar cantando y en ocasiones, son motivo de burla. Pero, quién le pone el cascabel al gato, ¿Oriente u Occidente
Resulta que en una ocasión, Juan, Jesús y Marcelino, camioneros, hombres de manos rugosas, se trasladaron a la Habana por cuestiones de trabajo.
Estos tres mosqueteros, asiduos viajantes por la labor que desempeñaban entonces, de manos rugosas y ropa de vez en vez engrasada, acostumbrados a los distintos acentos de los diferentes territorios del país, vivieron una lamentable, pero a la vez, risible historia.
Luego de llegar a la capital, cansados por el agotador viaje y además, con el estómago “pidiendo a gritos”, decidieron caminar en busca de algún restaurante cercano que les permitiera saciar su apetito.
Cuentan los involucrados, que después de mucho caminar, resolvieron entrar a una taberna que le habían recomendado. Llegaron, se sentaron y a los pocos minutos se acercó una muchacha y sin dar las buenas, les entregó la carta y se retiró.
Pasado muy poco tiempo, se acerca nuevamente la “supuesta” camarera con un lápiz y una hoja en la mano. Los clientes se miran unos a los otros, y aunque la mujer no decía ni media palabra, comprendieron que había regresado para anotar lo que deseaban comer.
Juan y Jesús pidieron arroz blanco, frijoles y carne de cerdo, pero Marcelino prefirió congris y lo mismo de carne, pedido que no tardó en llevar a la mesa, aunque no completo, pues a Marcelino, nunca le llegó su arroz.
Lo cierto es, que al ver que sus compañeros casi acababan de degustar su pedido y él, aún continuaba hambriento, comenzó a mirar fijamente a la moza, pero esta no hacia caso alguno.
Por fin, y hasta con un poco de pena, decidió preguntarle:
-¿Y mi arroz??
A lo que esta, sin mirarlo, respondió con tono despectivo:
-Chópeldel.
Los tres se miraron, y con un gesto de asombro o tal vez de no comprender lo que decía, Marcelino volvió a preguntar:
-Oiga, ¿y mi arroz??
Y ella volvió a contestar, esta vez, un poco molesta por la insistencia:
-Chópeldel
Entonces uno de ellos, que a tantas repeticiones de aquella palabra tan rara, comprendió, y le dijo un poco más despacio: Marcelino, el arroz se echó a perder.
Ellos nunca supieron si aquella mujer era habanera o había emigrado de alguna “aldea cercana”, lo cierto es que su acento dejaba mucho que decir.
Cuentan que Marcelino, al comprender por fin que su arroz no iba a llegar, solo exclamo:
-¡ahhh bueno! ¿Y entonces?
-¡chópeldel!

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