LILIET MORENO SALAS
Indiscutiblemente todos los abuelos son los mejores del
mundo. Ángel, así se llama uno de ellos. A él, nadie le gana en las largas
caminatas que realiza cada mañana a sus 72 años. Claro que siente dolores en
las piernas y la circulación a veces lo traiciona, pero no importa.
Necesita sentirse útil, y cada día recorre la ciudad en
busca de frutas, vegetales, y aliños para la comida que su esposa cocina.
También tiene tiempo para visitar cada día a una de sus hijas, conversar con
algunos de sus viejos amigos, y de vez en vez discutir sobre algún tema o
comentar algunas de las travesuras de sus nietas y nietos, jóvenes de hoy que a
veces no comprenden los consejos de los ancianos.
Angelito, como todos le llaman, es carpintero y aunque hace
muchos años un accidente laboral le impidió continuar, no deja de contar
historias de sus años mozos, en los que bebía, fumaba y pasaba horas trepado en
un andamio “en pie de obra”, como siempre dice.
No es sorpresa verlo en la cola de la tienda o la
carnicería, siempre con su ágil caminar y su mirada a veces indiscreta al paso
de una elegante señora que según él, es digna de admirar.
Su esposa Lidia, es una señora de 65 años, presumida y
alegre como ninguna, aunque un poco peleona en ocasiones. Cuentan los más
cercanos que no hay creyón labial a los que se resista. La ropa siempre
ajustada, el pelo siempre como la más oscura de las noches, sin espacio para
los hilos plateados.
Amante de sus nietos como ninguna, de las que lloran de
tristeza pero también de alegría, de las que no se pierden un cumpleaños más
por la satisfacción de ser la que pica que kake y preparar cada una de la
cajitas, aunque también es usual verla desesperada por terminar con la tarea, y
un ¿hasta cuándo? siempre expresa.
Pero nadie la conoce por su nombre, todas la llaman Fina, y
cada tarde la encontramos toda arreglada, sentada en la puerta de la casa junto
a otros vecinos que como ella, hacen de la puesta del sol, las mejores horas de
descanso y esparcimiento.
Junto a ella se encuentran milagros, siempre rodeada de niños
que tiene bajo su cuidado, Cari y su perrita negra, Maci, Margarita, y otras tantas que aprovechan esas horas para
dar un paseo y hacen una pequeña visita a sus vecinas o amigas de la infancia.
Muy cerca se encuentra la gallega, una anciana de unos 70
años, quien se desvive por tener siempre un plato de comida listo para cuando
lleguen los hombrotes de casa, siempre hambrientos y sedientos, ansiosos por la
sazón que sola ella les brinda.
Aunque hoy no cuenta con los mismos bríos que hacen 20, 30,
o 50 años atrás, y sus padecimientos no les permiten alguna que otra actividad,
al menos una vez al mes llama a su peluquera para que le retoque el corte de
pelo, y en ocasiones, aclare aún más sus brillantes canas.
Las conversaciones con ella son siempre muy intensas, pues
casi siempre te hace la misma historia una y otra vez. En su cuarto recibe a
casi todo el que la visita, con la justificación de que todos son de casa.
Dalio, su ex esposo, vive en la casa de al lado y ella le
llama el guajiro de Yareyal, comunidad de la oriental provincia de Holguín,
donde nació.
Cierto es que, Dalio Aldegundo, no se ha quitado las
espuelas, aunque hace más de 35 años que salió del campo, aún conserva el
acento campestre, pero su corazón es muy grande.
Aunque hace muchos años su relación sentimental es solo de
amigos, ambos conservan un poquito de amor, tal vez por el hijo que tienen en
común o sencillamente por los años que convivieron juntos, pero aprendieron a
quererse como hermanos, incluso cuando tengan días muy tensos.
Benito es otro lindo abuelito, de esos que siempre tienen
una sonrisa y un te quiero, de los que pasan de las ocho décadas pero mantienen
su buen carácter y sobre todo, las ganas de hacer.
Las tardes continúan siendo para él, como hace muchos años,
un espacio intocable para su divertido juego de dominó, a veces junto a hijos y
nietos, o con su entrañable amigo Heriberto.
Y es que la vida es linda aunque las arrugas marchiten el
rostro, pues la experiencia, el amor y los recuerdos, le ganan a la tormentosa
juventud.
La tercera edad guarda sorpresas tan valiosas y momentos tan
increíbles que no deberíamos desaprovechar. Escuchar y mirar con atención,
paciencia y ternura a nuestros viejitos, nos dará la clave para ser cada día
mejores personas y construir una familia feliz.
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